En esta isla que va quedando aún los poetas de quintas o de (décimas), aún pendientes, como moscas en la hora de la merienda: cuelgan sus poemas como zapatillas a los cables del tendido público. Revolotean trasluciendo zumbidos y otros sonidos raros parecen llamar la atención. El humear del mediodía no las aleja. Sus pequeñas voces procuran despistar la escucha principal: el sonido de la tierra y las piedras al andar, las aves, el viento. Además: el hambre. Si hay quienes pongan atención, a ellos se invocan y levantan el polvo, como los perros cuando no se ponen de acuerdo y se dan de mordidas. Se dan unos a otros como si tuvieran apetito de sus huesos.
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Y sin embargo los insectos no tienen huesos.
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A todo esto, me pregunto: ¿en esta isla (aún) cuántos barcos van, cuántos vienen?
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Al final de mi vista se pierde el horizonte con las aves y los pequeños barcos, algunos con gente y otros con enseres. Otros se asoman y vuelven, o llegan: como turística novedad: cargados de petróleo o con cámaras, flasheando su llegada con sus sonrisas y curiosidad.
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Los escritores oportunos aluden esto y se exiben como prendas a punto. A un lado de los barcos apostados hacen pequeños guiños de sus cosas. Los barcos al llegar les divisan: recién lavadas, con un olor a detergente matic que degrada la historia de fregados a mano, las prendas se airean colgadas por ahí, por allá. La brisa de la costa azora la performance de improvisación.
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Y a un rincón de todo este escenario el hombre-isla se regocija en sus llantos, y otros cientos que se cuelgan por detrás a susurrar versos extranjeros, de otras islas, y sin embargo, Chile. Son como pequeños piojos que se aferran inconmensurables y no advierten otro mundo más que los que sus mandíbulas pueden masticar.
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A ratos balbucean y salpican saliva, se entremezcla con el llanto del hombre-isla. Él lo sabe, pero no hace nada.
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-¿Por qué lloras? – atina uno a preguntar mientras se repasa las salivas.
-Lloro no poder llorar tranquilo la isla. Mí isla (aún) isla.
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Llueven cántaros de nostalgia. Las personas abren sus paraguas.
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Me alejo un poco y voy por la orilla jugando
En el piojento micromundo crecen flores
me seco las manos y las tomo y las huelo
se mojan, se marchitan, caen, lloran
y los piojos de la costa se avalanzan nuevamente.
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Camino más lejos y más cerca
Todo anda como siempre. Una isla (aún)
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(En dedicación a la isla que quiero viajar y me la he imaginado diez veces, y también al texto breve pronunciado en una columna de Warnken:
Posteado por: Albert Iván Apablaza Cancino 19/01/2010 12:23 [ N° 121 ] |
En esta isla que va quedando aún los poetas de quintas o de (décimas) aún cuelgan sus poemas como zapatillas a los cables del tendido público. |
Y se exiben como las prendas a punto: recién lavadas, con un olor a detergente matic que degrada la historia de fregados a mano.
Uno que llora, y otros cientos que se cuelgan por detrás a susurrar versos extranjeros, de otras islas, y sin embargo, Chile.
Chile (lo que queda de)
cierre de paréntesis)
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